Endika y Erika, mira que me costó no intercambiarles los nombres, querían una preboda que les identificase, que el escenario fuese algo especial para ellos. Así que sin pensarlo mucho nos fuimos al pueblo de Erika, pero en el que Endika ha pasado gran parte de su vida. Las calles, los prados y la gente del pueblo forman parte de sus vidas, así que no podría haber mejor sitio para hacer la preboda.
Aprovechando las pocas oportunidades que nos da el tiempo, elegimos un día de esos en los que el campo resplandece a cada giro del camino, los amarillos del trigo a punto de ser recogido con los azules del cielo hacen un marco incomparable para una buena sesión de fotos. A decir verdad poco tuve que decirles para que se arrancaran con sonrisas, y siempre dispuestos a lo que pudiera proponerles. Así que antes de que nos diésemos cuenta, el sol estaba poniéndose ya en el horizonte.
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